A veces llamada "la violación de Nanjing", siguiendo el nombre de un libro publicado a mediado de los noventa, es uno de los episodios mas espeluznantes de la segunda guerra mundial.
Nanjing había sido convertida en capital de la República de China, y como tal era un objetivo militar importante durante la segunda guerra mundial. En diciembre de 1937 la ciudad cayó, y fue escenario de atrocidades innumerables por parte del ejército japonés. Decenas de miles de hombres fueron torturados asesinados cada día, miles de mujeres fueron violadas y asesinadas en formas horribles cada día, miles de familias presenciaron la tortura de sus seres queridos para diversión de los soldados japoneses.
Hoy visitamos el memorial construido para recordar la matanza. Desde la entrada misma ha sido pensado para sacudir al visitante. Se nos recibe con esculturas que retratan el horror vivido. No se quien fue el escultor, pero con solo ver las esculturas dan ganas de llorar.
Hay un museo subterráneo, que muestra la cronología del evento. Al comienzo solo muestran cosas de la guerra: fotos de aviones, equipo militar, un periódico de la época, una carta. Luego vienen cosas mas cercanas al dolor humano, imágenes de personas que huyen, videos de bombardeos y otras imágenes por el estilo.
Luego vine la parte mas dura, hay fotos de sobrevivientes y sus testimonios, que invariablemente cuentan ejecuciones sumarias, remate de los sobrevivientes con bayonetas, montañas de cadáveres, violaciones en grupo. Llega un punto en que no se puede leer mas, simplemente te quedas mirando las fotos de los sobrevivientes, pero no eres capaz de leer los testimonios. Tratas de imaginar el horror, pero no se puede. Hay algunos testimonios de soldados japoneses, ninguno dice lo que hizo, pero dicen que en Nanjing pasaron cosas horribles.
Antes de salir del museo hay una parte dedicada nuevamente a la parte político-militar de la guerra. Pero parece tan superficial pensar en política cuando ves el dolor humano.
Existe otro pabellón, que es difícil de entender. Está construido alrededor de una fosa común descubierta en 1983. Se pueden ver los esqueletos enterrados, y una descripción de la forma en que murieron: mujer de 80 años con la mandíbula desprendida del resto del cráneo, hombre de 6 años con un disparo en la cabeza, mujer de 20 años con cortes de bayoneta en la pelvis.
Durante el recorrido vienen miles de ideas a la cabeza, sientes dolor por las víctimas, y odias a los japoneses por malos. Aunque a mi siempre volvía la misma idea, la rabia contra aquellos que convirtieron a granjeros, obreros, panaderos y personas que de otra forma hubieran llevado una vida normal en soldados del imperio. Rabia contra la naturaleza humana que nos permite perder cualquier referencia moral si las condiciones se presentan.
No puedo dejar de pensar que esos soldados imperiales se convencieron de que luchaban por su patria, se convencieron de que los soldados chinos que morían eran sus enemigos, luego cayeron por un tobogán sin final. Si los soldados chinos eran enemigos no era malo matarlos, tampoco era peor matarlos aunque estuvieran desarmados, si era obvio que eran soldados, tampoco importaba matarlos aunque no tuvieran uniforme, que mas da desquitarse con ellos por las cosas malas que hubieran hecho en japón, ni divertirse con sus mujeres (que no son individuos, sino extensión de los hombres, del enemigo). Antes de que te des cuenta, eres un monstruo que disfruta torturando, violando, que se divierte con el sufrimiento ajeno. Si la perra grita, mas divertido, a nadie le gusta una vaca muerta. Si el imbécil suplica por su vida, mejor, eres como dios. Si el niño llora, eso demuestra la debilidad de su raza.
Me da rabia, mucha rabia, ver lo fáciles que somos de manipular, ver lo fácil que nos convertimos en asesinos. Me da rabia pensar que los mismos hombres que torturaron y violaron habrían sido ciudadanos ejemplares en mejores circunstancias. Que hubieran sido buenos padres, buenos hijos, nuestros amigos. Hubieran sido nosotros mismos, viviendo nuestras mismas vidas.
Me da rabia pensar que cientos de miles viven el mismo infierno de Nanjing hoy en día, que empacan sus cosas (si tienen) y corren para salvar la vida (si los dejan). Y a nadie le importa, igual que no importó en 1937, igual que no importó en 1994 en Rwanda, ni en 1995 en Bosnia, ni importa ahora en África, ni en Colombia. Aquellos que pueden hacer algo no lo hacen porque están pensando en dinero, y los pobres no generan dinero; cuando mucho les sirven para matar a otros pobres. Y nosotros que podríamos hacer algo si nos pusiéramos de acuerdo, solo miramos para otro lado, muy preocupados por pagar la cuota del carro, por conseguir una novia bonita, por darle la vuelta al mundo.
Sabemos que tenemos que hacer algo, pero no lo hacemos por miedo. Exactamente de la misma forma que el soldado se vuelve un violador, nosotros nos volvemos mudos. Si nuestro grupo calla, nosotros callamos también. Si nuestro grupo roba, nosotros robamos. Si nuestro grupo mata, nosotros matamos también. Aunque nuestro estómago nos diga que algo está mal, y se revuelva ante aquello que vemos, nos importa mas sentirnos aceptados.
Nanjing debería recordarnos cuan fácil es volvernos monstruos. Nos debería recordar cuan fácil es volvernos mudos ante el horror. Pero sobre todo debería recordarnos que no debemos permitir, bajo ninguna circunstancia, que nuestros gobernantes nos metan nuevamente en las circunstancias que nos convierten en monstruos. Y para eso tenemos que dejar de ser mudos.
Nanjing había sido convertida en capital de la República de China, y como tal era un objetivo militar importante durante la segunda guerra mundial. En diciembre de 1937 la ciudad cayó, y fue escenario de atrocidades innumerables por parte del ejército japonés. Decenas de miles de hombres fueron torturados asesinados cada día, miles de mujeres fueron violadas y asesinadas en formas horribles cada día, miles de familias presenciaron la tortura de sus seres queridos para diversión de los soldados japoneses.
Hoy visitamos el memorial construido para recordar la matanza. Desde la entrada misma ha sido pensado para sacudir al visitante. Se nos recibe con esculturas que retratan el horror vivido. No se quien fue el escultor, pero con solo ver las esculturas dan ganas de llorar.
Hay un museo subterráneo, que muestra la cronología del evento. Al comienzo solo muestran cosas de la guerra: fotos de aviones, equipo militar, un periódico de la época, una carta. Luego vienen cosas mas cercanas al dolor humano, imágenes de personas que huyen, videos de bombardeos y otras imágenes por el estilo.
Luego vine la parte mas dura, hay fotos de sobrevivientes y sus testimonios, que invariablemente cuentan ejecuciones sumarias, remate de los sobrevivientes con bayonetas, montañas de cadáveres, violaciones en grupo. Llega un punto en que no se puede leer mas, simplemente te quedas mirando las fotos de los sobrevivientes, pero no eres capaz de leer los testimonios. Tratas de imaginar el horror, pero no se puede. Hay algunos testimonios de soldados japoneses, ninguno dice lo que hizo, pero dicen que en Nanjing pasaron cosas horribles.
Antes de salir del museo hay una parte dedicada nuevamente a la parte político-militar de la guerra. Pero parece tan superficial pensar en política cuando ves el dolor humano.
Existe otro pabellón, que es difícil de entender. Está construido alrededor de una fosa común descubierta en 1983. Se pueden ver los esqueletos enterrados, y una descripción de la forma en que murieron: mujer de 80 años con la mandíbula desprendida del resto del cráneo, hombre de 6 años con un disparo en la cabeza, mujer de 20 años con cortes de bayoneta en la pelvis.
Durante el recorrido vienen miles de ideas a la cabeza, sientes dolor por las víctimas, y odias a los japoneses por malos. Aunque a mi siempre volvía la misma idea, la rabia contra aquellos que convirtieron a granjeros, obreros, panaderos y personas que de otra forma hubieran llevado una vida normal en soldados del imperio. Rabia contra la naturaleza humana que nos permite perder cualquier referencia moral si las condiciones se presentan.
No puedo dejar de pensar que esos soldados imperiales se convencieron de que luchaban por su patria, se convencieron de que los soldados chinos que morían eran sus enemigos, luego cayeron por un tobogán sin final. Si los soldados chinos eran enemigos no era malo matarlos, tampoco era peor matarlos aunque estuvieran desarmados, si era obvio que eran soldados, tampoco importaba matarlos aunque no tuvieran uniforme, que mas da desquitarse con ellos por las cosas malas que hubieran hecho en japón, ni divertirse con sus mujeres (que no son individuos, sino extensión de los hombres, del enemigo). Antes de que te des cuenta, eres un monstruo que disfruta torturando, violando, que se divierte con el sufrimiento ajeno. Si la perra grita, mas divertido, a nadie le gusta una vaca muerta. Si el imbécil suplica por su vida, mejor, eres como dios. Si el niño llora, eso demuestra la debilidad de su raza.
Me da rabia, mucha rabia, ver lo fáciles que somos de manipular, ver lo fácil que nos convertimos en asesinos. Me da rabia pensar que los mismos hombres que torturaron y violaron habrían sido ciudadanos ejemplares en mejores circunstancias. Que hubieran sido buenos padres, buenos hijos, nuestros amigos. Hubieran sido nosotros mismos, viviendo nuestras mismas vidas.
Me da rabia pensar que cientos de miles viven el mismo infierno de Nanjing hoy en día, que empacan sus cosas (si tienen) y corren para salvar la vida (si los dejan). Y a nadie le importa, igual que no importó en 1937, igual que no importó en 1994 en Rwanda, ni en 1995 en Bosnia, ni importa ahora en África, ni en Colombia. Aquellos que pueden hacer algo no lo hacen porque están pensando en dinero, y los pobres no generan dinero; cuando mucho les sirven para matar a otros pobres. Y nosotros que podríamos hacer algo si nos pusiéramos de acuerdo, solo miramos para otro lado, muy preocupados por pagar la cuota del carro, por conseguir una novia bonita, por darle la vuelta al mundo.
Sabemos que tenemos que hacer algo, pero no lo hacemos por miedo. Exactamente de la misma forma que el soldado se vuelve un violador, nosotros nos volvemos mudos. Si nuestro grupo calla, nosotros callamos también. Si nuestro grupo roba, nosotros robamos. Si nuestro grupo mata, nosotros matamos también. Aunque nuestro estómago nos diga que algo está mal, y se revuelva ante aquello que vemos, nos importa mas sentirnos aceptados.
Nanjing debería recordarnos cuan fácil es volvernos monstruos. Nos debería recordar cuan fácil es volvernos mudos ante el horror. Pero sobre todo debería recordarnos que no debemos permitir, bajo ninguna circunstancia, que nuestros gobernantes nos metan nuevamente en las circunstancias que nos convierten en monstruos. Y para eso tenemos que dejar de ser mudos.
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