Para poner las cosas en contexto: en mi casa somos fanáticos del humor absurdo, de contar historias como las de 'El gran pez' de Tim Burton, y llevarnos la cuerda unos a otros. Mi novia ha tenido algunos problemas para aprender a distinguir cuando es una broma y cuando hablamos en serio.
Una noche, cuando hablabamos por teléfono, le conté que tenía un gato, y que lo había metido debajo de la cama. Ella me creyo, pero cuando quiso verlo no lo encontró. Le insistí en que el gato estaba ahí, y que si ella no lo veía era porque le hacía falta creer en el gato. Después de eso la historia del gato se ha vuelto algo así como mi propia versión de la fe. Incluso mis compañeros de oficina saben del gato debajo de mi cama.
El día de navidad había ido a visitar a mi novia a su casa, y al salir vimos un perro al que le había caido pintura azul en la espalda, y ocurrió una conversación mas o menos como sigue:
- A ese perro le cayo pintura- dijo ella.
- ¿Estás segura que no es de ese color? - dije yo - porque alguna vez vi un perro que parecía que le hubiera caido pintura rosada, pero era de ese color.
Ella no me creyó. Pero era cierto, recién llegué a vivir a Bogotá, cerca a nuestra casa había un perro que parecía estar pintado de rosado (no rosado hello kitty, sino rosado de pared), como si le hubiera caido un tarro de pintura encima. Pero después de un año de verlo todos los días no me quedó mas remedio que convencerme que era de ese color, y ponerlo en mi lista de cosas increibles.
Ese domingo tardé casi dos horas en convencer a mi novia de la existencia del perro rosado, mientras que no me había costado ningún esfuerzo convencerla de la existencia del gato debajo de la cama. No se si sea por el hecho de que yo era muy consciente de cual era la verdad y cual la mentira, pero no deja de sorprenderme el que una mentira absurda sea mas creible que una verdad absurda.
Una noche, cuando hablabamos por teléfono, le conté que tenía un gato, y que lo había metido debajo de la cama. Ella me creyo, pero cuando quiso verlo no lo encontró. Le insistí en que el gato estaba ahí, y que si ella no lo veía era porque le hacía falta creer en el gato. Después de eso la historia del gato se ha vuelto algo así como mi propia versión de la fe. Incluso mis compañeros de oficina saben del gato debajo de mi cama.
El día de navidad había ido a visitar a mi novia a su casa, y al salir vimos un perro al que le había caido pintura azul en la espalda, y ocurrió una conversación mas o menos como sigue:
- A ese perro le cayo pintura- dijo ella.
- ¿Estás segura que no es de ese color? - dije yo - porque alguna vez vi un perro que parecía que le hubiera caido pintura rosada, pero era de ese color.
Ella no me creyó. Pero era cierto, recién llegué a vivir a Bogotá, cerca a nuestra casa había un perro que parecía estar pintado de rosado (no rosado hello kitty, sino rosado de pared), como si le hubiera caido un tarro de pintura encima. Pero después de un año de verlo todos los días no me quedó mas remedio que convencerme que era de ese color, y ponerlo en mi lista de cosas increibles.
Ese domingo tardé casi dos horas en convencer a mi novia de la existencia del perro rosado, mientras que no me había costado ningún esfuerzo convencerla de la existencia del gato debajo de la cama. No se si sea por el hecho de que yo era muy consciente de cual era la verdad y cual la mentira, pero no deja de sorprenderme el que una mentira absurda sea mas creible que una verdad absurda.