duelo.
1. m. Dolor, lástima, aflicción o sentimiento.
2. m. Demostraciones que se hacen para manifestar el sentimiento que se tiene por la muerte de alguien.
Todos hemos perdido seres queridos. Ya sea porque mueren o porque se van de nuestra vida como si hubieran muerto. Para superar esta pérdida siempre es importante manifestar el dolor que nos causa, casi siempre a través del llanto. Lloramos y nos decimos "se fue", y sabemos que se fue, y por qué se fue. Sabemos si fue el cáncer que se lo llevó muy joven, la vejez que no perdona, un conductor borracho o un ladrón iracundo. Este "saber" nos permite expresar nuestro dolor, hacer nuestro duelo.
¿Qué ocurre cuando no sabes cuando y como se fue? Entonces nos negamos a aceptar que se ha ido. Si, a mi hijo (o hermano, o esposo, o amigo) se lo llevaron los paramilitares (o la guerrilla, o el ejército) y nunca volvió, seguro está muerto. Pero ¿y si no? ¿y si logró escapar? La mente se niega a aceptar la muerte y se aferra a la esperanza remota de que vuelva. No hay aceptación, no hay duelo, no se puede seguir con la vida.
La ley de justicia y paz obliga a la reparación de las víctimas, a devolver las tierras robadas, a entregar los cuerpos de los asesinados. Pero aquellos que se hicieron con el poder por medio del miedo (lo llamaría terrorismo, pero esa palabra está tan devaluada que hasta un raponero es terrorista), los que masacraron para robar, no quieren devolver lo robado, así que desaparecen los cuerpos enterrados en sus fincas, para nunca aceptar que mataron a nadie.
Al hacer esto no solo legalizan su fortuna mal habida, también dejan abiertas las heridas dejadas entre las víctimas, les niegan el derecho a rehacer sus vidas, se niegan a tener una gota de humanidad. Quieren los beneficios legales y desprecian el perdón y la reconciliación.
¿Qué ocurre cuando no sabes cuando y como se fue? Entonces nos negamos a aceptar que se ha ido. Si, a mi hijo (o hermano, o esposo, o amigo) se lo llevaron los paramilitares (o la guerrilla, o el ejército) y nunca volvió, seguro está muerto. Pero ¿y si no? ¿y si logró escapar? La mente se niega a aceptar la muerte y se aferra a la esperanza remota de que vuelva. No hay aceptación, no hay duelo, no se puede seguir con la vida.
La ley de justicia y paz obliga a la reparación de las víctimas, a devolver las tierras robadas, a entregar los cuerpos de los asesinados. Pero aquellos que se hicieron con el poder por medio del miedo (lo llamaría terrorismo, pero esa palabra está tan devaluada que hasta un raponero es terrorista), los que masacraron para robar, no quieren devolver lo robado, así que desaparecen los cuerpos enterrados en sus fincas, para nunca aceptar que mataron a nadie.
Al hacer esto no solo legalizan su fortuna mal habida, también dejan abiertas las heridas dejadas entre las víctimas, les niegan el derecho a rehacer sus vidas, se niegan a tener una gota de humanidad. Quieren los beneficios legales y desprecian el perdón y la reconciliación.
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